—Ana, tu «n» es «d» de desierto—.

Conmigo, La Cabra alcanza más de trescientos cincuenta kilogramos de peso, y de subida conducir es un ejercicio de fuerza en los brazos, de sincronización perfecta entre la leva del clutch, las levas de freno delantero y trasero y un estilo de conducción ondulante —trazar ondas en la arena con las llantas—. Además, me implica confianza en mis capacidades de conducción (de las cuales siempre he dudado porque ni siquiera hice el curso básico que se exige por ley para obtener la licencia [1]) al tiempo que La Cabra tira el culo a izquierda y derecha. No soy piloto de motocross, sólo un aventurero que por diversas circunstancias vitales que no siempre controlo, termino inserto en sitios que nunca me hubiera imaginado y con las personas más improbables. Así fue como subí, en la noche, La Macuira. En realidad, hay muchas otras circunstancias que detonaron mi viaje hacia el norte y hacia lo alto de la montaña verde más septentrional.

por Alejandro Vega Carvajal

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