A favor del equilibrio y siempre en busca de tal fenómeno encuentra a su alrededor diferentes formas de expresión que no le pertenecen. Expresiones desmesuradas, malintencionadas y corrompidas. Estas formas no tienen que ver con el hombre promedio. Él es un profesional, sabe expresar con cautela y diplomacia sus sentimientos y emociones. Ese es su profesionalismo, reflexiona y medita sobre el cómo decir, el cómo actuar y sobre todo el cómo sopesar. No toma decisiones a la ligera. Si decide casarse con una mujer que conoce hace poco, menos de un mes por decir algo, es porque la decisión de contraer matrimonio era antigua, las circunstancias novedosas. Así opera el hombre promedio: con moldes antiquísimos de su forma de vivir acomoda sus situaciones diarias. Sin embargo también hay en él espacio para la aventura y algunas situaciones extremas, por eso conserva un molde que funciona de forma contraria: no moldea sino que se deja moldear. Allí le permite la entrada a una que otra mujer interesante como para un matrimonio y dos hijos, o a una aventura de un par de noches en la que logre sentirse macho a su manera. Inconscientemente qué puede significar el equilibrio para el hombre promedio: un nuevo extremo, una extremidad invisible; ni siquiera él la ve, porque es presa de ella. Con este brazo del equilibrio toma su porción de mundo, la ase entre sus dedos, la solivia midiendo un posible peso, calcula el gasto de energía y dependiendo de estas observaciones y otras cuantas, decide si apuesta por ella. El hombre promedio a medida que evoluciona se hace cada vez más promedio, más insoportable para que entiendan, porque una extremidad por bonita que sea, entre más larga más estorba. La belleza también es un estorbo, pero no es el caso de nuestro hombre. En él el estorbo es su mayor virtud. Es decir, su equilibrio.
¿Cómo evoluciona el equilibrio? En un ejemplo concreto, por decir algo, el amor: en la conquista de pareja es tímido, cabizbajo, sincero, habla poco y sus chistes son inocentes e inofensivos. Pero la mujer le valora su sinceridad y su valentía para hablarle, pues no cualquier hombre promedio tímido hace lo que nuestro hombre hace: hablar a una mujer desconocida que está que se revienta y reinventa a causa de su belleza. Entonces descubre que esa mujer, a la que ha hablado y le ha confesado que es primera vez en su vida que habla a una desconocida, lleva en su vientre una criatura de dos meses de vida gestante. Ante tal eventualidad su modo de operar cambia, no sus sentimientos y decisiones últimas. Ha encontrado una mujer bonita, soltera pero con un hijo en la barriga. Hace diferentes promesas tanto materiales como espirituales y sentimentales y de este modo logra comprometerse con ella. Le ha declarado su amor incorruptible. Ha asegurado su porción de mundo. Como ya se siente seguro, pisando terreno firme, descuida un poco su relación. Olvida algunos detalles, deja de lado obsequios y ternuras y arguye para sí mismo que es importante que la pareja sepa que no hay hombre perfecto. No, él es un hombre promedio. Luego se casan, y como hay unas cuantas firmas que sostienen su relación de pareja puede estirarse más, relajarse sobre su cama y dormir hasta tarde, por ahí hasta las nueve y media de la mañana. Se organiza y sale a su trabajo. De manera sopesada regresa ebrio al terminar el día. Puede abrir la puerta de su casa por sí solo. Se tambalea exageradamente para sentirse más borracho pero no se orina en la nevera porque daña su desayuno del día siguiente. Es bueno estar ebrio siempre y cuando no se afecte el porvenir. Por eso llega hasta el inodoro y mea salpicando algunas gotas sobre el borde. En ocasiones limpia con un trozo de papel higiénico y en otras cuando siente la borrachera a tope no, en cambio escupe y simplemente bacía lo expulsado. El hombre promedio extremo descubre que está afectando su relación y toma otra decisión: ser medianamente extremo. De este modo inventa una nueva extremidad que lo lleva a recoger nuevas porciones de mundo. Descubre una nueva mujer, descubre nuevas formas de hacer dinero y muchas otras cosas… pero en el apogeo de estas nuevas porciones de mundo, cuando éstas se enredan entre sí y nuestro hombre se siente sin salida, algo le sucede y descubre una porción inexplorada por él. El hombre promedio descubre a su familia: su mujer y su hijo. Hijo que para este ejemplo no es propiamente de él pero lo crió como un buen padre promedio. Pero su tardanza ha afectado este pedazo de mundo y ya no hay espacio para él. Apenas descubre ese vacío, su mujer que no es cualquier bobita, sino una a la que le gusta hacerse, lo saca por un volado. De alguna manera ella lo increpa: infiel, traidor e irresponsable. Luego descubre que la misma enfermedad de la moza de él también la ha adquirido ella. Así concluye la historia del hombre promedio: su mujer envía a su hijo a vivir con sus abuelos maternos, luego lo espera en casa y cuando él llega especialmente ebrio, de un tajado cercena su yugular. El hombre promedio no profiere gritos ni gesticula dolor. Cae sorprendido, presa de un extremo que nunca conoció: el silencio de una mujer violenta que ha sido ofendida.